18 ago 2007

César Vallejo: ESPAÑA APARTA DE MÍ ESTE CÁLIZ



XV
España, aparta de mí este cáliz


Niños del mundo,
si cae España —digo, es un decir—
si cae
del cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡qué temprano en el sol que os decía!
¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!
¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!

¡Niños del mundo, está
la madre España con su vientre a cuestas;
está nuestra maestra con sus férulas,
está madre y maestra,
cruz y madera, porque os dio la altura,
vértigo y división y suma, niños;
está con ella, padres procesales !

Si cae —digo, es un decir— si cae
España, de la tierra para abajo,
niños, ¡cómo vais a cesar de crecer!
¡cómo va a castigar el año al mes!
¡cómo van a quedarse en diez los dientes,
en palote el diptongo, la medalla en llanto!
¡Cómo va el corderillo a continuar
atado por la pata al gran tintero!
¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto
hasta la letra en que nació la pena!
Niños,
hijos de los guerreros, entre tanto,
bajad la voz, que España está ahora mismo repartiendo
la energía entre el reino animal,
las florecillas, los cometas y los hombres.
¡Bajad la voz, que está
con su rigor, que es grande, sin saber
qué hacer, y está en su mano
la calavera hablando y habla y habla,
la calavera, aquélla de la trenza,
la calavera, aquélla de la vida!

¡Bajad la voz, os digo;
bajad la voz, el canto de las sílabas, el llanto
de la materia y el rumor menor de las pirámides, y aún
el de las sienes que andan con dos piedras!
¡Bajad el aliento, y si
el antebrazo baja,
si las férulas  suenan, si es la noche,
si el cielo cabe en dos limbos terrestres,
si hay ruido en el sonido de las puertas,
si tardo,
si no veis a nadie, si os asustan
los lápices sin punta, si la madre
España cae —digo, es decir–—
salid, niños del mundo; id a buscarla!....
España, aparta de mí este cáliz (1939)









9 ago 2007

César Vallejo: LOS HERALDOS NEGROS








Hay golpes en la vida, tan fuertes ... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas obscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán talvez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!











Pablo Neruda: César Vallejo ha muerto


Escrito a la muerte César Vallejo y publicado por la revista Aurora,de Santiago de Chile, el 1 de agosto de 1938



Esta primavera de Europa está creciendo sobre una más, uno inolvidable entre los muertos, nuestro bienadmirado, nuestro bienquerido César Vallejo. Por estos tiempos de París, él vivía con la ventana abierta, y su pensativa cabeza de piedra peruana recogía el rumor de Francia, del mundo, de España...Viejo combatiente de la esperanza, viejo querido. Es posible? Y qué haremos en este mundo para ser dignos de tu silenciosa obra duradera, de tu interno crecimiento esencial? Ya en tus últimos tiempos, hermano, tu cuerpo, tu alma te pedían tierra americana, pero la hoguera de España te retenía en Francia, en donde nadie fue más extranjero. Porque eres el espectro americano, -indoamericano como vosotros preferís decir-, un espectro de nuestra martirizada América, un espectro maduro en la libertad y en la pasión. Tenías algo de mina, de socavón lunar, algo terrenal mente profundo.


"Rindió tributo a sus muchas hambres" -me escribe Juan Larrea-. Muchas hambres, parece mentira... Las muchas hambres, las muchas soledades, las muchas leguas de viaje, pensando en los hombres, en la injusticia sobre esta tierra, en la cobardía de media humanidad. Lo de España ya te iba royendo el alma. Esa alma tan roída por tu propio espíritu, tan despojada, tan herida por tu propia necesidad ascética. Lo de España ha sido el taladro de cada día para tu inmensa virtud. Eras grande, Vallejo. Eras interior y grande, como un gran palacio de piedra subterránea, con mucho silencio mineral, con mucha esencia de tiempo y de especie. Y allá en el fondo el fuego implacable del espíritu, brasa y ceniza... Salud, gran poeta, salud, hermano.




Pablo Neruda, agosto de 1938








8 ago 2007

Mariátegui: CÉSAR VALLEJO



Capitulo XIV, del ensayo El Proceso de la Literatura en 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana 
( Empresa Editora Amauta S.A., Lima, Perú )

El primer libro de César Vallejo, Los Heraldos Negros, es el orto de una nueva poesía en el Perú. No exagera, por fraterna exaltación, Antenor Orrego, cuando afirma que "a partir de este sembrador se inicia una nueva época de la libertad, de la autonomía poética, de la vernácula articulación verbal" 33. Vallejo es el poeta de una estirpe, de una raza. En Vallejo se encuentra, por primera vez en nuestra literatura, sentimiento indígena virginalmente expresado. Melgar -signo larvado, frustrado- en sus yaravíes es aún un prisionero de la técnica clásica, un gregario de la retórica española. Vallejo, en cambio, logra en su poesía un estilo nuevo. El sentimiento indígena tiene en sus versos una modulación propia. Su canto es íntegramente suyo. Al poeta no le basta traer un mensaje nuevo. Necesita traer una técnica y un lenguaje nuevos también. Su arte no tolera el equívoco y artificial dualismo de la esencia y la forma. "La derogación del viejo andamiaje retórico -remarca certeramente Orrego- no era un capricho o arbitrariedad del poeta, era una necesidad vital. Cuando se comienza a comprender la obra de Vallejo, se comienza a comprender también la necesidad de una técnica renovada y distinta"34. El sentimiento indígena es en Melgar algo que se vislumbra sólo en el fondo de sus versos; en Vallejo es algo que se ve aflorar plenamente al verso mismo cambiando su estructura. En Melgar no es sino el acento; en Vallejo es el verbo. En Melgar, en fin, no es sino queja erótica; en Vallejo es empresa metafísica. Vallejo es un creador absoluto. Los Heraldos Negros podía haber sido su obra única. No por eso Vallejo habría dejado de inaugurar en el proceso de nuestra literatura una nueva época. En estos versos del pórtico de Los Heraldos Negros principia acaso la poesía peruana (Peruana, en el sentido de indígena).

Hay golpes en la vida, tan fuertes Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma Yo no sé!
Son pocos; pero son ... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre...Pobre ...pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes ...Yo no sé!

Clasificado dentro de la literatura mundial, este libro, Los Heraldos Negros, pertenece parcialmente, por su título verbigracia, al ciclo simbolista. Pero el simbolismo es de todos los tiempos. El simbolismo, de otro lado, se presta mejor que ningún otro estilo a la interpretación del espíritu indígena. El indio, por animista y por bucólico, tiende a expresarse en símbolos e imágenes antropomórficas o campesinas. Vallejo además no es sino en parte simbolista. Se encuentra en su poesía -sobre todo de la primera manera- elementos de simbolismo, tal como se encuentra elementos de expresionismo, de dadaísmo y de suprarrealismo. El valor sustantivo de Vallejo es el de creador. Su técnica está en continua elaboración. El procedimiento, en su arte, corresponde a un estado de ánimo. Cuando Vallejo en sus comienzos toma en préstamo, por ejemplo, su método a Herrera y Reissig, lo adapta a su personal lirismo.

Mas lo fundamental, lo característico en su arte es la nota india. Hay en Vallejo un americanismo genuino y esencial; no un americanismo descriptivo o localista. Vallejo no recurre al folclore. La palabra quechua, el giro vernáculo no se injertan artificiosamente en su lenguaje; son en él producto espontáneo, célula propia, elemento orgánico. Se podría decir que Vallejo no elige sus vocablos. Su autoctonismo no es deliberado. Vallejo no se hunde en la tradición, no se interna en la historia, para extraer de su oscuro substratum perdidas emociones. Su poesía y su lenguaje emanan de su carne y su ánima. Su mensaje está en él. El sentimiento indígena obra en su arte quizá sin que él lo sepa ni lo quiera.
Uno de los rasgos más netos y claros del indigenismo de Vallejo me parece su frecuente actitud de nostalgia. Valcárcel, a quien debemos tal vez la más cabal interpretación del alma autóctona, dice que la tristeza del indio no es sino nostalgia. Y bien, Vallejo es acendradamente nostálgico. Tiene la ternura de la evocación. Pero la evocación en Vallejo es siempre subjetiva. No se debe confundir su nostalgia concebida con tanta pureza lírica con la nostalgia literaria de los pasadistas. Vallejo es nostalgioso, pero no meramente retrospectivo. No añora el Imperio como el pasadismo perricholesco añora el Virreinato. Su nostalgia es una protesta sentimental o una protesta metafísica.

Nostalgia de exilio; nostalgia de ausencia.
Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita
de junco y capulí;
ahora que me asfixia Bizancio y que dormita
la sangre como flojo cognac dentro de mí.
("Idilio Muerto", Los Heraldos Negros)

Hermano, hoy estoy en el poyo de la casa,
donde nos haces una falta sin fondo!
Me acuerdo que jugábamos esta hora, y que mamá
nos acariciaba: "Pero hijos..."
("A mi hermano Miguel", Los Heraldos Negros)

He almorzado solo ahora, y no he tenido
madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,
ni padre que en el facundo ofertorio
de los choclos, pregunte para su tardanza
de imagen, por los broches mayores del sonido.
(XXVIII, Trilce)

Se acabó el extraño, con quien, tarde
la noche, regresabas parla y parla.
Ya no habrá quien me aguarde,
dispuesto mi lugar, bueno lo malo.
Se acabó la calurosa tarde;
tu gran bahía y tu clamor; la charla
con tu madre acabada
que nos brindaba un té lleno de tarde.
(XXXIV, Trilce)

Otras veces Vallejo presiente o predice la nostalgia que vendrá:
Ausente! La mañana en que a la playa
del mar de sombra y del callado imperio,
como un pájaro lúgubre me vaya,
será el blanco panteón tu cautiverio.
("Ausente", Los Heraldos Negros)

Verano, ya me voy. Y me dan pena
las manitas sumisas de tus tardes.
Llegas devotamente; llegas viejo;
y ya no encontrarás en mi alma a nadie.
("Verano", Los Heraldos Negros)

Vallejo interpreta a la raza en un instante en que todas sus nostalgias, punzadas por un dolor de tres siglos, se exacerban. Pero -y en esto se identifica también un rasgo del alma india-, sus recuerdos están llenos de esa dulzura de maíz tierno que Vallejo gusta melancólicamente cuando nos habla del "facundo ofertorio de los choclos".


Vallejo tiene en su poesía el pesimismo del indio. Su hesitación, su pregunta, su inquietud, se resuelven escépticamente en un "¡para qué!" En este pesimismo se encuentra siempre un fondo de piedad humana. No hay en él nada de satánico ni de morboso. Es el pesimismo de un ánima que sufre y expía "la pena de los hombres" como dice Pierre Hamp. Carece este pesimismo de todo origen literario. No traduce una romántica desesperanza de adolescente turbado por la voz de Leopardi o de Schopenhauer. Resume la experiencia filosófica, condensa la actitud espiritual de una raza, de un pueblo. No se le busque parentesco ni afinidad con el nihilismo o el escepticismo intelectualista de Occidente. El pesimismo de Vallejo, como el pesimismo del indio, no es un concepto sino un sentimiento. Tiene una vaga trama de fatalismo oriental que lo aproxima, más bien, al pesimismo cristiano y místico de los eslavos. Pero no se confunde nunca con esa neurastenia angustiada que conduce al suicidio a los lunáticos personajes de Andreiev y Arzibachev. Se podría decir que así como no es un concepto, tampoco es una neurosis.

Este pesimismo se presenta lleno de ternura y caridad. Y es que no lo engendra un egocentrismo, un narcisismo, desencantados y exasperados, como en casi todos los casos del ciclo romántico. Vallejo siente todo el dolor humano. Su pena no es personal. Su alma "está triste hasta la muerte" de la tristeza de todos los hombres. Y de la tristeza de Dios. Porque para el poeta no sólo existe la pena de los hombres. En estos versos nos habla de la pena de Dios:

Siento a Dios que camina tan en mí,
con la tarde y con el mar.
Con él nos vamos juntos. Anochece.
Con él anochecemos, Orfandad...
Pero yo siento a Dios. Y hasta parece
que él me dicta no sé qué buen color.
Como un hospitalario, es bueno y triste;
mustia un dulce desdén de enamorado:
debe dolerle mucho el corazón.
Oh, Dios mío, recién a ti me llego,
hoy que amo tanto en esta tarde; hoy
que en la falsa balanza de unos senos,
mido y lloro una frágil Creación.
Y tú, cuál llorarás tú, enamorado
de tanto enorme seno girador
Yo te consagro Dios, porque amas tanto;
porque jamás sonríes; porque siempre
debe dolerte mucho el corazón.

Otros versos de Vallejo niegan esta intuición de la divinidad. En "Los Dados Eternos" el poeta se dirige a Dios con amargura rencorosa. "Tú que estuviste siempre bien, no sientes nada de tu creación". Pero el verdadero sentimiento del poeta, hecho siempre de piedad y de amor, no es éste. Cuando su lirismo, exento de toda coerción racionalista, fluye libre y generosamente, se expresa en versos como éstos, los primeros que hace diez años me revelaron el genio de Vallejo:

El suertero que grita "La de a mil",
contiene no sé qué fondo de Dios.
Pasan todos los labios. El hastío
despunta en una arruga su yanó.
Pasa el suertero que atesora, acaso
nominal, como Dios,
entre panes tantálicos, humana
impotencia de amor.
Yo le miro al andrajo. Y él pudiera
darnos el corazón;
pero la suerte aquella que en sus manos
aporta, pregonando en alta voz,
como un pájaro cruel, irá a parar
adonde no lo sabe ni lo quiere
este bohemio Dios.
Y digo en este viernes tibio que anda
a cuestas bajo el sol:
¡por qué se habrá vestido de suertero
la voluntad de Dios!

"El poeta -escribe Orrego- habla individualmente, particulariza el lenguaje, pero piensa, siente y ama universalmente". Este gran lírico, este gran subjetivo, se comporta como un intérprete del universo, de la humanidad. Nada recuerda en su poesía la queja egolátrica y narcisista del romanticismo. El romanticismo del siglo XIX fue esencialmente individualista; el romanticismo del novecientos es, en cambio, espontánea y lógicamente socialista, unanimista. Vallejo, desde este punto de vista, no sólo pertenece a su raza, pertenece también a su siglo, a su evo 35.

Es tanta su piedad humana que a veces se siente responsable de una parte del dolor de los hombres. Y entonces se acusa a sí mismo. Lo asalta el temor, la congoja de estar también él, robando a los demás: 

Todos mis huesos son ajenos;
yo tal vez los robé!
Yo vine a darme lo que acaso estuvo
asignado para otro; y pienso que, si no hubiera nacido,
otro pobre tomara este café!
Yo soy un mal ladrón... A dónde iré!
Y en esta hora fría, en que la tierra trasciende
a polvo humano y es tan triste,
quisiera yo tocar todas las puertas,
y suplicar a no sé quién, perdón,
y hacerle pedacitos de pan fresco aquí,
en el horno de mi corazón ...!

La poesía de Los Heraldos Negros es así siempre. El alma de Vallejo se da entera al sufrimiento de los pobres.

Arriero, vas fabulosamente vidriado de sudor.
La Hacienda Menocucho
cobra mil sinsabores diarios por la vida.

Este arte señala el nacimiento de una nueva sensibilidad. Es un arte nuevo, un arte rebelde, que rompe con la tradición cortesana de una literatura de bufones y lacayos. Este lenguaje es el de un poeta y un hombre. El gran poeta de  Los Heraldos Negros  y de  Trilce -ese gran poeta que ha pasado ignorado y desconocido por las calles de Lima tan propicias y rendidas a los laureles de los juglares de feria- se presenta, en su arte, como un precursor del nuevo espíritu, de la nueva conciencia.

Vallejo, en su poesía, es siempre un alma ávida de infinito, sedienta de verdad. La creación en él es, al mismo tiempo, inefablemente dolorosa y exultante. Este artista no aspira sino a expresarse pura e inocentemente. Se despoja, por eso, de todo ornamento retórico, se desviste de toda vanidad literaria. Llega a la más austera, a la más humilde, a la más orgullosa sencillez en la forma. Es un místico de la pobreza que se descalza para que sus pies conozcan desnudos la dureza y la crueldad de su camino.

He aquí lo que escribe a Antenor Orrego después de haber publicado  Trilce: "El libro ha nacido en el mayor vacío. Soy responsable de él. Asumo toda la responsabilidad de su estética. Hoy, y más que nunca quizás, siento gravitar sobre mí, una hasta ahora desconocida obligación sacratísima, de hombre y de artista: ¡la de ser libre! Si no he de ser hoy libre, no lo seré jamás. Siento que gana el arco de mi frente su más imperativa fuerza de heroicidad. Me doy en la forma más libre que puedo y ésta es mi mayor cosecha artística. ¡Dios sabe hasta dónde es cierta y verdadera mi libertad! ¡Dios sabe cuánto he sufrido para que el ritmo no traspasara esa libertad y cayera en libertinaje! ¡Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado, colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a morir a fondo para que mi pobre ánima viva!" Este es inconfundiblemente el acento de un verdadero creador, de un auténtico artista. La confesión de su sufrimiento es la mejor prueba de su grandeza.


Referencias
33 Antenor Orrego, Panoramas, ensayo sobre César Vallejo.
34 Orrego, ob. citada.
35 Jorge Basadre juzga que en Trilce, Vallejo emplea una nueva técnica, pero que sus motivos continúan siendo románticos. Pero la más alquitarada "nueva poesía", en la medida en que extrema su subjetivismo, también es romántica, como observo a propósito de Hidalgo. En Vallejo, hay ciertamente mucho de viejo romanticismo y decadentismo hasta Trilce, pero el mérito de su poesía se valora por los grados en que supera y trasciende esos residuos. Además, convendría entenderse previamente sobre el término romanticismo.





César Vallejo: MASA



Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:
«No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vió el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar




César Vallejo: PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA





Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.

Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.


César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia y los caminos... 





7 ago 2007

César Vallejo: HECES






ESTA tarde llueve como nunca; y no
tengo ganas de vivir, corazón.

Esta tarde es dulce. Por qué no ha de ser?
Viste gracia y pena; viste de mujer.

Esta tarde en Lima llueve. Y yo recuerdo
las cavernas crueles de mi ingratitud;
mi bloque de hielo sobre su amapola,
más fuerte que su "No seas así!"

Mis violentas flores negras; y la bárbara
y enorme pedrada; y el trecho glacial.

Y pondrá el silencio de su dignidad
con óleos quemantes el punto final.

Por eso esta tarde, como nunca, voy
con este búho, con este corazón.

Y otras pasan; y viéndome tan triste,
toman un poquito de ti
en la abrupta arruga de mi hondo dolor.

Esta tarde llueve, llueve mucho. ¡Y no
tengo ganas de vivir, corazón!

5 ago 2007

César Vallejo: Obra poética


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Índice de Obra poética de César Vallejo ( Peisa, Lima,2002)según el orden en que aparecieron en Obra poética completa (Francisco Moncloa Editores, Lima, 1968) preparada por Georgette de Vallejo.
(Únicamente agregamos en OTROS POEMAS DE VALLEJO aquellos que no figuran en este índice)



LOS HERALDOS NEGROS (1919)
Los Heraldos Negros

PLAFONES AGILES

Deshojación sagrada
Comunión
Nevazón de angustia
Bordas de hielo
Nochebuena
Ascuas
Medialuz
Sauce
Ausente
Avestruz
Bajo los álamos

BUZOS

La araña
Babel
Romería
El palco estrecho

DE LA TIERRA

¿ …………….
El poeta a su amada
Verano
Setiembre
Heces
Impía
La copa negra
Deshora
Fresco
Yeso

NOSTALGIAS IMPERIALES

Nostalgias imperiales
I
II
III
IV
Hojas de ébano
Terceto autóctono
I
II
III
Oración del camino
Huaco
Mayo
Aldeana
Idilio muerto

TRUENOS

En las tiendas griegas
Ágape
La voz del espejo
Rosa blanca
La de a mil
El pan nuestro
Absoluta
Capitulación
Desnudo en barro
Líneas
Amor prohibido
La cena miserable
Para el alma imposible de mi amada
El tálamo eterno
Las piedras
Retablo
Pagana
Los dados eternos
Los anillos fatigados
Santoral
Lluvia
Amor
Dios
Unidad
Los arrieros

CANCIONES DE HOGAR

Encaje de fiebre
Los pasos lejanos
A mi hermano Miguel
Enereida
Espergesia
TRILCE (1922)

I Quién hace tanta bulla, y ni deja
II Tiempo Tiempo
III Las personas mayores
IV Rechinan dos carretas contra los martillos
V Grupo dicotiledón. Oberturan
VI El traje que vestí mañana
VII Rumbé sin novedad por la veteada calle
VIII Mañana esotro día, alguna
IX Vusco volvvver de golpe el golpe
X Prístina y última piedra de infundada
XI He encontrado a una niña
XII Escapo de una finta, peluza a peluza
XIII Pienso en tu sexo
XIV Cual mi explicación
XV En el rincón aquel, donde dormimos juntos
XVI Tengo fe en ser fuerte
XVII Destílase este 2 en una sola tanda
XVIII Oh las cuatro paredes de la celda
XIX A trastear, Hélpide dulce, escampas
XX Al ras de batiente nata blindada
XXI Es posible me persigan hasta cuatro
XXII Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos
XXIV Al borde de un sepulcro florecido
XXV Alfan alfiles a adherirse
XXVI El verano echa nudo a tres años
XXVII Me da miedo ese chorro
XXVIII He almorzado solo ahora, y no he tenido
XXIX Zumba el tedio enfrascado
XXX Quemadura del segundo
XXXI Esperanza plañe entre algodones
XXXII 999 calorías
XXXIII Si lloviera esta noche, retiraríame
XXXIV Se acabó el extraño, con quien, tarde
XXXV El encuentro con la amada
XXXVI Pugnamos ensartarnos por un ojo de aguja,
XXXVII He conocido a una pobre muchacha
XXXVIII Este cristal aguarda ser sorbido
XXXIX Quién ha encendido fósforo!
XL Quién nos hubiera dicho que en domingo
XLI La Muerte de rodillas mana
XLII Esperaos. Ya os voy a narrar
XLIII Quién sabe se va a ti. No le ocultes
XLIV Este piano viaja para adentro
XLV Me desvinculo del mar
XLVI La tarde cocinera se detiene
XLVII Ciliado arrecife donde nací,
XLVIII Tengo ahora 70 soles peruanos.
XLIX Murmurado en inquietud, cruzo,
L El cancerbero cuatro veces
LI Mentira. Si lo hacía de engaños,
LII Y nos levantaremos cuando se nos dé
LIII Quién clama las once no son doce!
LIV Forajido tormento, entra, sal
LV Samain diría el aire es quieto
LVI Todos los días amanezco a ciegas
LVII Craterizados los puntos más altos
LVIII En la celda, en lo sólido, también
LIX La esfera terrestre del amor
LX Es de madera mi paciencia,
LXI Esta noche desciendo del caballo,
LXII Alfombra
LXII Amanece lloviendo. Bien peinada
LXIV Hitos vagarosos enamoran,
LXV Madre, me voy mañana a Santiago
LXVI Dobla el dos de Noviembre
LXVII Canta cerca el verano, y ambos
LXVIII Estamos a catorce de Julio.
LXIX Qué nos buscas, oh mar, con tus volúmenes
LXX Todos sonríen del desgaire
LXXI Serpea el sol en tu mano fresca,
LXXII Lento salón en cono, te cerraron,
LXXIII Ha triunfado otro ay. La verdad está allí
LXXIV Hubo un día tan rico el año pasado...!
LXXV Estáis muertos
LXXVI De la noche a la mañana voy
LXXVII Graniza tánto, como para que yo recuerde

POEMAS EN PROSA
El buen sentido
La violencia de las horas
Lánguidamente su licor
El momento más grave de la vida
Las ventanas se han estremecido...
Voy a hablar de la esperanza
Hallazgo de la vida
Nómina de huesos
Una mujer
No vive ya nadie
Existe un mutilado
Algo te identifica
Cesa el anhelo...
Cuatro conciencias…
Entre el dolor y el placer...
En el momento en que el tenista...
Me estoy riendo
He aquí que hoy saludo
Lomo de las sagradas escrituras
POEMAS HUMANOS
Altura y pelos
Yuntas
Un hombre está mirando a una mujer
Primavera tuberosa
Terremoto
Sombrero, abrigo, guantes
Hasta el día en que vuelva, de esta piedra
Salutación angélica
Epístola a los transeúntes
Los mineros salieron de la mina
Fue domingo en las claras orejas de mi burro...
Telúrica y magnética
Gleba
Pero antes que se acabe
Piensan los viejos asnos
Hoy me gusta la vida mucho menos
Confianza en el anteojo, nó en el ojo
Dos niños anhelantes
Otro poco de calma, camarada
Esto
Al cavilar en la vida, al cavilar
Quisiera hoy ser feliz de buena gana
Los nueve monstruos
Me viene, hay días, una gana ubérrima, política...
Sermón sobre la muerte
Considerando en frío, imparcialmente...
Guitarra
Aniversario
Parado en una piedra
Va corriendo, andando, huyendo
Por último, sin ese aroma sucesivo
Piedra negra sobre una piedra blanca
Poema para ser leído y cantado
De disturbio en disturbio
Intensidad y altura
¡De puro calor tengo frío
Un pilar soportando consuelos
Calor, cansado voy con mi oro, a donde
Panteón
Quedeme a calentar la tinta en que me ahogo…
Acaba de pasar el que vendrá
La rueda del hambriento
La vida, esta vida
Palmas y guitarra
¿Qué me da, que me azoto con una línea
Oye a tu masa, a tu cometa, escúchalo; no gimas
Y si después de tantas palabras...
París, octubre 1936
Despedida recordando un adiós
Y no me digan nada
En suma, no poseo para expresar mi vida
Los desgraciados
El acento me pende del zapato
La punta del hombre
¡Oh botella sin vino! ¡Oh vino que enviudó de esta botella!
Al fin, un monte
Quiere y no quiere su color mi pecho,
La paz, la abispa, el taco, las vertientes,
Transido, salomónico, decente
¿Y bien? ¿Te sana el metaloide pálido?
Escarnecido, aclimatado al bien mórbido hurente
Alfonso: estás mirándome, lo veo,
Traspié entre dos estrellas
A lo mejor, soy otro
El libro de la naturaleza
Tengo un miedo terrible de ser un animal
Marcha nupcial
La cólera que quiebra al hombre en niños,
Un hombre pasa con un pan al hombro...
Hoy le ha entrado una astilla
El alma que sufrió de ser su cuerpo
¡Ande desnudo, en pelo, el millonario!
Viniere el malo, con un trono al hombro,
Al revés de las aves del monte
¡Dulzura por dulzura corazona!
Ello es que el lugar donde me pongo


ESPAÑA APARTA DE MI ESTE CALIZ

I Himno a los voluntarios de la República
II Batallas
III Solía escribir con su dedo grande en el aire
IV Los mendigos pelean por España
V Imagen española de la muerte
VI Cortejo tras la toma de Bilbao
VII Varios días el aire, compañeros,
VIII Aquí
IX Pequeño responso a un héroe de la república
X Invierno en la batalla de Teruel
XI Miré el cadáver, su raudo orden visible
XII Masa
XIII Redoble fúnebre a los escombros de Durango
XIV ¡Cuídate, España, de tu propia España!
XV España, aparta de mí este cáliz

OTROS POEMAS DE VALLEJO
Trilce
A manera de coda

4 ago 2007

Biografía de César Vallejo




BIOGRAFÍA DE CESAR VALLEJO.


por

Georgette de Vallejo




Decimosegundo hijo de la familia Vallejo Mendoza, César Abraham Vallejo, nace en marzo de 1892, en Santiago de Chuco (3,500 metros de altitud) más gran aldea que ciudad de la cordillera peruana.

Alumno remarcable, será brillante estudiante.

En 1910: Parte para Trujillo (4 días de viaje a caballo) y se inscribe en la Facultad de Filosofía y Letras.

En 1911: La idea de hacerse médico lo lleva a Lima, pero pronto renuncia a la carrera médica y vuelve a Trujillo. Poco después entra a trabajar en la hacienda "Roma" (producción azucarera) de la que "saldrá marcado". . . y es que si el joven Vallejo está favorecido por un tratamiento reservado sólo a los empleados superiores y con un salario satisfactorio no puede sin embargo, no ver ni oír cuando apenas clarece el alba, llegar los peones (cerca de 4,000) en el inmenso patio y ahí ponerse en fila para pasar lista, y salir para los campos de caña, donde se extenuarán hasta el sol poniente, con un puñado de arroz como alimento. No puede asimismo saber que todos no son más que pobres criaturas salvajemente capturadas por siniestros enganchadores, y cobardemente retenidas por vida con el alcohol que, dominicalmente y a sabiendas se les vende a crédito. Irremediablemente endeudado vuelto en pocas semanas, insolvente su deuda, cubriendo rápidamente un número de daños superior al que va a vivir el peón tendrá que garantizar su deuda con esto que sólo le queda: sus hijos, nacidos o por nacer. . . Se comprende que el recuerdo de la hacienda "Roma" haya sido durable en un ser que como Vallejo, le obsesionaba la injusticia social

En 1913: Renuncia a su empleo en la hacienda y nuevamente regresa a Trujillo. Con el año, que se abre, reanuda sus estudios (Letras y paralelamente estudios de Derecho) y consigue un puesto de profesor de colegio.

El primer éxito que consigue Vallejo con su tesis "El Romanticismo en la Poesía Española" es completo. Muy rápidamente es adoptado por los intelectuales y artistas quienes, muy numerosos, forman un grupo inquieto, turbulento y audaz, cuya bohemia no es en Vallejo sino un hábito, publica sus primeros versos de origen didáctico imponiéndose (él) poco por el dinamismo y los rasgos humorísticos de su fuerte personalidad intelectual y artística.

En 1917: Deja Trujillo por la capital dejando en esa un recuerdo profundo mezclado de un sentimiento de frustración. Un block de poemas compone todo su bagaje.

En 1918: Triste e incolora llegada a Lima.

Reacio a toda idea de economía, los algunos recursos traídos de Trujillo pronto se han agotado. Sin embargo, ya un tanto conocido en el medio intelectual entra en contacto con los periódicos y revistas que le publican uno que otro poema, consiguiendo, por otra parte y a tiempo, un puesto de director de colegio.

Con el proyecto de conseguir el doctorado de Letras y de Derecho, prosigue sus estudios en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Pero ya ha llevado su primer poemario al impresor.

En el mes de agosto de ese mismo año, muere su madre, en Santiago de Chuco: poemas no a su madre, sino a "la" madre, una, universal.

Aun habiendo impreso su primer libro quedará estancado por largos meses, en la espera de un prólogo que Valdelomar, muy en vista en aquella época, le ha prometido.

Es finalmente que "Los Heraldos Negros" aparecerán no en 1918 como lo indica la edición sino en 1919 sin el prólogo tan esperado. Elogios entusiastas y primeros dardos.

1920: En agosto sale para Santiago de Chuco pasando por Huamachuco, pronunciando una conferencia que produce escándalo pero ahí llega sólo para verse mezclado en un sangriento conflicto local que degenera en incendio. En un impulso, bien característico de Vallejo se dirige en [calidad de] conciliador a los lugares del atentado.

Su sola presencia le denuncia en el concepto de las autoridades, tan parciales como incompetentes. Acusado por incendiario y disturbios políticos con 19 mas, está buscado y detenido el 6 de Noviembre. Será absuelto y liberado el 26 de Febrero siguiente (1921).

1922: En junio Vallejo participa en un concurso cuyo premio gana con "Más allá de la vida y la muerte" que le permite hacer imprimir su segundo volumen de poemas "Trilce" entre cuyos versos muchos han sido escritos en la carcel de Trajino y que aparecen cuando Chocano culmina según él mismo como el "Walt Whitman del Sur". . .

Un solo testimonio favorable: el prólogo de la más ferviente admiración de Antenor Orrego y un comentario: el de L.A Sánchez que expresa con asombro.... ¿Porqué Vallejo ha escrito "Trilce"?. Ha lanzado un libro incomprensible y estrambótico.

Y vuelve a preguntarse: "Pero ¿por qué habrá escrito "Trilce" Vallejo?, obra que será medio siglo mas tarde objeto de un insuperable estudio de 565 páginas, por el Dr. Neale-Silva: Chileno catedrático de la Universidad de Wisconsin.

En 1923: Aparecen "Fabla salvaje" y "Escalas melografiadas". En junio, Vallejo que proyecta su evasión desde 1920 y, sobre todo, desde la aparición de 'Trilce", se embarca para Europa, con una moneda de 500 soles, un águila de oro anudada en su pañuelo.

Ignorando el idioma, sin recursos ni relaciones y sin sombra de perspectivas, llega en julio a Paris, un viernes 13. Dos años va a pasar una vida de duras penurias hasta escapando con las justas de la muerte debida a una hemorragia consecutiva a una intervención quirúrgica.

En 1924: Muerte de su padre de la que se entera, en París, por los periódicos.

Un escultor de Costa Rica, Max Jiménez le deja su "atelier" de la calle Vercingétorix, aliviándole aunque muy relativamente, su apremiante situación económica.

Sus relaciones sin embargo se extienden. Viene a conocer al escultor José de Creft quien expone tres perfiles de Vallejo.

Conoce a Juan Gris estableciéndose entre ambos una grata amistad que cortará en 1927 la muerte prematura del gran pintor a la edad de 40 años y más tarde conoce al hijo de Jongkind y a Waldo Franck. Y al azar de los años y más o menos de paso, conocerá a Lipchitz, Unamuno, Dullin, Barrault, Tzara, Desnos, Portinari, entre otros (más entrevistas con personalidades como Gosset, Maiakovski, Reinhardt, Meyerhold, como lo indica su labor periodistica).

En 1925: En mayo se funda en Paris la empresa "Los grandes periódicos iberoamericanos", en la que consigue el puesto de secretario.

Poco después emprende una serie de artículos para las revistas "Variedades" y "Mundial" de Lima, colaboraciones que se proseguirán hasta 1930.

Por otra parte, obtiene por Pablo Abril de Vivero, una beca otorgada por el gobierno español (unas 300 pesetas mensuales) y en octubre viaja por primera vez a España.

Por asegurada que esté su situación material - aunque relativamente- Vallejo experimenta un estado persistente de inestabilidad y de descontento de si mismo cuya causa no reside en su temperamento en extremo angustiado y apenas diferenciable en realidad del estado de crisis permanente a grado variable sino en alguna laguna personal de orden moral.

Vallejo quien como periodista tiene entrada a los teatros, conciertos, exposiciones y frecuenta por lo demás los cafés en boga exclama en el primer semestre de 1927: "Todo esto no es ni yo ni mi vida".

1927: Seria difícil admitir en que aquella época, Vallejo, quien va a tener 35 años, aún busca y se busca para sí solo. No.

En abril, renuncia a su empleo de secretario en “Los grandes periódicos...”

En septiembre, renuncia a su beca del gobierno español.

Vallejo medita, se interroga. ¿Hacia dónde va? ¿Cuál es su contribución humana a la vida de los hombres? Inquietud definida; primeros síntomas de la profunda crisis que pronto le afectará gravemente (1927 - 1928). Crisis moral de la conciencia indubitablemente, ya que es a raíz de ella que Vallejo entrevé haber detectado la causa de su agudo malestar: el alejamiento y la ignorancia de los problemas que más atormentan a la humanidad avasallada y sufrida en la cual vive. No obstante, se resiste a ver en el marxismo la solución de tan numerosos males secularmente pretendidos insolubles e irremediables, aunque, por otra parte, sospecha y presiente que un sistema enteramente nuevo, y no por azar unánimemente rechazado por los explotadores y los prepotentes, ha de implicar necesaria e ineludiblemente algún mejoramiento por primera vez real, palpable, fundamental para las masas trabajadoras y frustradas. Primeros estudios de observación del marxismo.

1928: El año no se abre con gratas perspectivas; Vallejo mismo con una lucidez conforme a su ética ha destruido el mínimo de seguridad tan duramente conseguido.

Pronto muy seriamente enfermo tiene que retirarse a los alrededores de Paris para poder restablecerse, físicamente al menos. Transcurre el verano. Más o menos repuesto en vísperas del otoño, y provisto de algunos conocimientos marxistas parte en octubre para la Unión Soviética. En noviembre está de vuelta en Paris.

A fines de diciembre, ruptura con el Aprismo del que había sido sólo simpatizante y crea en Paris la célula marxista peruana.

Julio 1923/24 - 1929 es la etapa artística de "Poemas en Prosa" "Contra el secreto profesional" y "Hacia reino de los Sciris", y es el período, aún apolítico, en que surge y se define con su primer viaje a la Unión Soviética (Oct.) la evolución ideológica revolucionaria de Vallejo.

1929-1930: Estudio profundizado del marxismo. Su ideología se cristaliza, trascendente, definitiva, afirmándose luego el militante, dentro del marxismo mas no dentro del comunismo.

Octubre de 1929; segundo viaje a la U.R.S.S. A su vuelta inicia “El arte y la revolución”, “Moscú contra Moscú” (obra teatral), más tarde intitulada "Entre dos orillas corre el río". No escribe poemas...

En mayo de 1930 pasa un mes en España, donde concluye la segunda edición de “Trilce”.

El 2 de diciembre, está declarado como "indeseable" y expulsado del territorio francés.

El 30 de Diciembre de 1930, parte para España.

1931: Situación material difícil en extremo. Trabajo intensivo como nunca antes.

En el curso del año, asiste a la proclamación de la República (ni providencialmente ni solidario o entusiasta, contrariamente a lo que se ha asegurado) sino en perfecta indiferencia, no exenta de amargura, "Una revolución sin efusión de sangre -y la experiencia lo confirma- no es una revolución", afirma y mantiene Vallejo.

Pese a ello, se inscribe al Partido Marxista Español, enseña las primeras nociones del marxismo a estudiantes obreros simpatizantes. Para remediar la precariedad material que le apremia traduce tres obras de escritores franceses. Escribe y logra publicar "El tungsteno' novela proletaria emergida de la Hacienda "Roma"... "Rusia en 1931", el éxito editorial mayor después de "Sin novedad en el frente" de Erich Remarque, tres ediciones en cuatro meses.

Sobre pedido escribe "Paco Yunque", un cuento para niños que el editor rechaza por "demasiado triste"...

En octubre de ese mismo año de 1931, tercer y último viaje a la Unión Soviética, donde roza la muerte por segunda vez desde su llegada a Europa, a unos cinco metros de un grave accidente del trabajo. El 30 está de vuelta.

En grave situación material Vallejo, para resolver su problema económico, procura colocar "Moscú contra Moscú". Rechazado.

Presenta "El arte y la revolución". Rechazado.

Presenta otra pieza de teatro, "Lock out". Rechazado.

Propone "Rusia contra el segundo plan quinquenal". Rechazado. Apenas emprendido y pese al reciente e innegable éxito de "Rusia en 1931". Pese a la calurosa ayuda de García Lorca que le acompaña en todas sus gestiones, todas las tentativas fracasarán por la violencia e ideología de sus obras. Vallejo que había esperado mucho de su teatro, queda desconcertado. Decide su regreso a Francia y dejó España el 11 de Febrero de 1932.

1932. Tercera y última etapa en la trayectoria literaria de Vallejo. Etapa de "Poemas Humanos", "Colacho hermanos", "España aparta de mi este cáliz" y "La piedra cansada"

"Poemas humanos" han nacido en la inmensa y lejana Unión Soviética con unas estrofas que escribe en el curso de su tercer viaje. Y se proseguirán algunos meses después con su llegada a Paris en febrero de 1932 hasta el 21 de noviembre de 1937.

Paralelamente, en ningún momento se desvincula de los acontecimientos sociopolíticos.

Aunque sólo "tolerado en territorio francés donde regresó clandestinamente asiste a una de las más peligrosas manifestaciones de aquella época contra "Las cruces de fuego" (partido de ultra derecha) con el riesgo de una nueva expulsión, irremediable ya ésta, ya que no podría regresar o de su muerte por las balas fascistas en la Plaza de la Concordia.

Mas el tiempo transcurre y sus poemas se acumulan en el cajón, donde desde 1928, yacen "Poemas en Prosa".

"A qué escribir poemas", exclama un día Vallejo, "¿Para qué y para quién? ¿Para el cajón?". . . Y leeremos después de su muerte. "Y, ya no puedo más con tanto cajón. . . "

A principios de 1935 se decide sin embargo a proponer una selección de sus versos a un editor de Madrid quien aceptará la propuesta. Por extraña adversidad no le llegará la respuesta afirmativa a Vallejo -quien no insistía jamás- hasta que estuvo declarada la guerra civil en España.

En 1936 Vallejo se resuelve políticamente a un "reposo forzado" diremos debido a la intransigencia que él opone a lo que llama "las medias tintas". Entre otras divergencias no podrá admitir un "frente popular". Pero la guerra civil surge en España (Julio 36) y ante la magnitud del acontecimiento, Vallejo depone toda discrepancia, colaborando de inmediato en la creación de "Comités de Defensa", meetings, colectas de fondo, emprende una serie de artículos en los que denuncia lo inicuo de la no-interuención, sólo provechosa al fascismo no tanto franquista que internacional. Mas el desarrollo en los acontecimientos aumentan su inquietud, y parte para Barcelona y Madrid en diciembre. El 31 está de regreso en Paris. Sus presentimientos no le han engañado y la angustia lo aparta de su obra poética. Llevado sin duda y a pesar suyo por una esperanza irreductibie, prosigue sin embargo sus artículos contra el fascismo. Observa cómo la red de la pretendida no-intervención se cierra sobre el pueblo asesinado.

El 2 de Julio, en un congreso internacional de escritores antifascistas parte nuevamente para España. Vallejo es nombrado delegado del Perú. Regresó el 12 del mismo mes.

Durante el mes de Setiembre bruscamente surge de Vallejo el monólogo de meses interminables, en unos 80 días escribe 25 poemas, los últimos de "Poemas Humanos" es a la misma España que dirige su plegaria y el exceso de su desesperación, "España, aparta de mi este cáliz".

Durante Diciembre escribe "La piedra cansada".

El 31, al abrirse 1938, en Vallejo se ha quebrado extrañamente el poeta y el escritor.

1938: El domingo 13 de marzo, se tiende después del almuerzo para reposar un instante. Al día siguiente tiene fiebre. . . carece totalmente de apetito. . . amigos médicos compatriotas suyos le visitan recetándole una que otra pastilla sin tratarlo propiamente -Vallejo está mucho más grave de lo que ellos creen-.

Paternal, pero despreocupado, Arias Schreiber, entre otros, exclama: ¡Nunca se hubiera visto morir a un hombre que sólo está cansado!

Alertado por el Dr. Porras, por entonces delegado a S.D.N. la legación peruana en Paris decide el traslado de Vallejo a una clínica. Durante dos días Vallejo rechaza este traslado: "Si ésto me compromete". El 24 de Marzo sin embargo, acepta por fin esta angustiosa pero imprescindible solución, y el médico Lejard, médico del ministro Calderón queda designado como único médico ejecutivo de Vallejo, quien tampoco atribuye mayor gravedad al estado de su paciente, quien por suprema desgracia "le cae mal"....

Tendido en su último lecho, no habrá quien se sienta suficientemente garantizado por la genialidad de Vallejo, la que nacerá póstumamente, como para arriesgar unos 2 o 3 mil francos (de los antiguos ) para salvarle la vida.

Después de una dura agonía muere Vallejo el viernes santo, 15 de abril de 1938, a las 9 y 20 de la mañana.

Sólo más tarde se sabrá que Vallejo sucumbió a un muy viejo paludismo reaparecido despues de 20 o 25 años, a consecuencia de un estado general debilitado.

3 ago 2007

Entrevista a Georgette de Vallejo sobre César Vallejo

Como una estela de tu muerte

Ernesto González Bermejo



El 24 de abril de 1976, en el número 691, la revista española Triunfo publica una entrevista a Georgette de Vallejo “Como una estela de tu muerte”. Georgette tiene 68 años, es viuda desde hace 38 años, vive en el Perú desde hace 25 años y cuenta algunos aspectos de su vida con el poeta; cómo se conocieron y una vez más, sale en defensa de su marido, desmintiendo incansablemente la imagen de un César Vallejo en París, bohemio, pidiendo siempre dinero prestado y casi muriéndose de hambre.






Cuando la puerta se abre, entro al pasado, un tiempo detenido, con el olor de los gladiolos marchitos. Dos gatos simétricos duermen sobre un librero. Las paredes grises y desnudas –sólo una foto del Ché con los ojos abiertos a la muerte – y las bocinas y las voces de la avenida Arequipa, que se apagan contra las ventanas cerradas. Un texto en el muro, sobre una mesa: Volverás a París? A París? Yo nunca he dejado París”.




“Fuimos dos paralelas con Vallejo; nunca lo comprendí completamente”. El cerquillo sobre la frente, un poco colegial: los ojos claros, desorbitados, la mirada fija. Un rostro que fue bello, dignamente ajado. “No, no hay aquí ningún recuerdo de Vallejo desde que nos separamos, mucho tiempo después de su muerte”. Pero vuelve con un atado de manuscritos aún inéditos, recorre otra vez las páginas cruzadas de correcciones, vigiladas, acariciadas durante cuarenta años.



“El sufrimiento de los niños del mundo y los gatos es todo lo que tengo, todo lo que me preocupa. No llegó una sola tarjeta de Navidad a esta casa. Y una sola visita: la del veterinario”.



Enciende cuidadosamente un cigarrillo: la mirada se le queda en la llama; la llama se apaga. Me vuelve a poner los ojos en los ojos y recibo una desesperada soledad, la terrible y amorosa inmortalidad de un recuerdo y una voz monocorde, opaca, que va nombrando este pasado y la presencia de un hombre sentado junto a nosotros.



“El era muy seco: una vez que escribía –yo no sé por qué, porque yo era muy discreta–, me acerqué sin pensar que iba a dejar de escribir, me asomé por detrás de él y lo besé. Y él me apartó la mano. Y yo me quedé tan herida que nunca más, nunca más hice un gesto parecido. Así era, a tal punto que, muerto él, me bastaba su mano y su mascarilla. Sólo sentía que me faltaban sus pasos. Pero me dormía agarrada a su mano y no tenía sensación de su muerte.


Nos conocimos de una manera muy curiosa, un poco ridícula si usted quiere. Usted sabe que los sudamericanos hacen muchos gestos al hablar. Y yo veía en la casa de enfrente, contra la luz tamizada de una pantalla roja de muy mal gusto, a unas personas discutiendo, gesticulando. Era invierno y las ventanas estaban cerradas. Y yo, conmovida le dije a mi madre: “Pobres los vecinos de enfrente son sordomudos”. Llegó la primavera; un domingo, yo estaba asomada a la ventana y los vi gesticulando como siempre, pero también oí su voz. ¡Mamá, el vecino de enfrente habla! . Así, de esta manera, empezaron las cosas. Por eso puse atención en él.

Nunca comprendí completamente a Vallejo, en vida. Ahora sí., ahora que llevo viviendo veinticuatro años en el Perú empiezo a comprender, y quizá aunque viviera cien años no terminaría mi aprendizaje. Los serranos son gente que parece tonta y humilde y son de una inteligencia temible; los serranos son así. Con su mirada de corto de vista y de repente tienen relámpagos geniales.

Creo en la predestinación. Cuando entré al colegio, tendría once años, como todas las colegialas, soñaba con mi príncipe encantado. Yo era un tonel, era monstruosa y la mitad de los profesores me consideraba inteligente y la otra mitad me tenía por una retrasada mental. Yo dibujé el perfil de mi futuro príncipe encantado y ese príncipe tenía treinta y cinco años, era sudamericano... y poeta. El perfil era exactamente el de Vallejo. Y si usted hubiera visto a aquella muchacha soñando con un poeta hubiera dado razón a la mitad de profesores que me tenían por una retrasada mental.

Yo era muy bruta, no estaba preparada para esa vida. La pequeña burguesía francesa hecha para el comercio. Estudiaba piano, leía cosas insustanciales, jamás tuve una conversación interesante con mi madre.

Mi nombre de soltera era Georgette Philippart. Nací un día de 1908 en que si Dios no estaba enfermo, por lo menos estaba de un pésimo humor. Tuve muy mala salud. A los seis años contraje tuberculosis en un pierna. Y como también llegaba la guerra, mis padres me mandaron a Bretagne. Mi padre era dibujante, mi madre era modelista de vestidos.

Fue una infancia atormentada. Recuerdo todavía mis sueños: en uno me paseaba por una eternidad gris y tenía mi cabeza cortada, la llevaba en mi brazo izquierdo y mi cabeza cantaba.

Lo único que contaba para él era su obra, lo único. Y me lo confesó alguna vez. Siempre me traía sus artículos o “
Trilce”: un día me mostró esos papeles y me dijo: eso no es mi obra. Yo tengo otra obra por hacer muy importante.

Nos tratamos tres meses y un día desapareció. Mi madre cae enferma, se muere y ese día regresa Vallejo a la calle Molière. Me vino a presentar las condolencias y me dijo, así como si me dijera: “Por favor, alcánceme los fósforos”, que debíamos vivir juntos. Y yo no dije ni sí, ni no, siguió la conversación, pero ni por un momento pensé decir que no. Sin estar enamorada, hacía tiempo que sentía que tendría que ser así: era la predestinación.

Toda la obra de Vallejo está penetrada, amasada de política, de masas. Se ve claramente en su teatro. Su poesía forzosamente ha resultado también así: no sólo formalmente es revolucionaria: si usted le da vueltas, siempre encuentra una base política.

No había otra cosa que conmoviera más a Vallejo, que le doliera más que la injusticia del mudo. El estaba desde su nacimiento, y prenatalmente, destinado a sufrir por el sufrimiento de los demás. Fue a Rusia y volvió convencido, y durante dos años y medio no estudió otra cosa que marxismo. Tenía una memoria extraordinaria, mucha claridad y, como se dice, muchas cuerdas en su arco. Ahora hay psicólogos que dicen que había estudiado psicología, sociólogos que dicen que había estudiado sociología, psiquiatras que dicen que había estudiado psiquiatría, y es verdad que en sus poemas aparecen cosas verdaderamente asombrosas en todos esos campos.


Y políticamente era lo mismo: tenía intuiciones que lo llevaban adonde tenía que ir, y volvió de Rusia y empezó a estudiar y empezó a ver.


¡Se escriben tantas calumnias, tantas tonterías sobre él! Cuando le dan a Vallejo como un pobre diablo que pide dinero a todo el mundo, que se emborracha, no había alguien más asceta que él, y, como no bebía nunca, medio vaso de cerveza le mareaba.


Se levantaba a las siete y media. A las ocho yo le daba el desayuno y me iba a trabajar. No tenía nada de bohemio, como se ha dicho: era un hombre austero, le gustaba el orden, la limpieza, saber la hora. “Un hombre verdaderamente hombre –decía– sólo lo es de una mujer”. Era sano como un campesino.


Si usted no sabía que era Vallejo, lo podía confundir con un transeúnte cualquiera.


Su preocupación política está muy presente en su teatro, todavía en gran parte inédito. Son estos manuscritos que usted ve aquí y que, si no estuviera tan cansada, ya hubiera hecho publicar.
“Entre las dos orillas corre el río” escrita en mil novecientos treinta, sobre el tema de un madre rusa con dos hijos reaccionarios y dos hijos bolcheviques, situada unos seis o siete años después de la revolución; “Lock Out” que ocurre en Francia, pero que hubiera tenido que pasar en España según me dijo él, y “Colacho Hermanos o los presidentes de América” una farsa sobre dos peones ignorantes del Perú que llegan a Presidentes. “La piedra cansada”, su obra de teatro publicada, no está bien lograda. Pero hay mucha poesía en su teatro y una obsesiva preocupación por la justicia social.


Escribía metódicamente; es curioso, pero es así . Y escribía con nada. Era algo verdaderamente trágico. A veces no tenía papel, escribía con un lápiz así, más pequeño que mi dedo meñique.


Al principio yo era completamente anticomunista. Vallejo tuvo paciencia conmigo, digo paciencia y no es así: era muy duro. Como si hablara de otra persona me decía: “Esa mujer es una estúpida en pensar así”. Pero yo comprendí rápidamente. Todo el que sufre de ver sufrir está dispuesto a comprender. La gente insensible al sufrimiento ajeno no puede llegar a ser revolucionaria nunca.


No mostraba nunca sus poemas a nadie. Le molestaba que abrieran su cuaderno. Decía que le “habían robado mucho”, pero no era por eso, era porque era un hombre muy cerrado, totalmente hermético.


Era un enamorado perdido de París: le gustaba pasear por sus calles, entrar a las librería. Pero no era muy lector. Pensaba que un creador no debe leer mucho. Leía sus revistas de arqueología, pero poesía poco. Admiraba mucho a Walt Whitman, a Rilke, a Pushkin, a veces me recitaba versos de Esenin.


Al que creo no entendió, con el que fue excesivamente severo fue con Maiacowsky. Le conocimos en Moscú. Maiacowsky entró: era un gigante con bastón. Vallejo le preguntó si creía que la poesía podía traducirse y Maiakowsky le dijo que sólo por otro poeta tan grande como el autor. Y los dejé y quedaron conversando. Pero Vallejo no lo comprendió.


Creo que si hubiera vivido más no hubiera podido dejar de solidarizarse con su sufrimiento.


Vallejo dejaba transparentar muy poco su propio sufrimiento. Sólo cuando tenía sus crisis, cada cinco, seis meses, yo me daba cuenta. Era un hombre que podía tomarse por corriente. Salvo su mirada. La mirada era algo verdaderamente angustioso. Cuando le miraba a usted, su mirada no se detenía en sus ojos o en su rostro, parecía que lo cruzaba y continuaba miles de kilómetros detrás suyo. Yo, una vez, le dije: ¡ Pero mírame, mírame a mí; cómo miras tan lejos ! ¿Y sabe dónde entendí su mirada? Aquí en el Perú, cuando vi por primera vez una llama: las llamas miran panoramas inmensos y esa era la mirada de Vallejo.


He estado tan sola con Vallejo como sin él. Ahora tengo treinta y siete años de viudez, se dice fácil, pero hay que despertar todas las mañanas durante treinta y siete años, sin un paso, sin una respiración cerca.


Quedé casada con él. Nunca me interesó otro hombre, pero un día terrible, una médium me dijo que se había comunicado con el espíritu de Vallejo y que él le había dicho “Georgette quiso seguirme a la muerte, pero yo no quise, quise que se quedara en la vida”. Ese día me separé brutalmente de él: me divorcié de Vallejo. Y mientras uno vive con un muerto, vive con alguien, pero cuando se separa de él, entonces empieza la verdadera soledad, una soledad tumbal si se puede decir así.


Nunca hablábamos de felicidad, ni de paz, ni de nosotros mismos: siempre de la miseria del mundo, de la revolución, jamás de temas personales.


Después que los he leído he comprendido que hay poemas que me escribió a mí:

De disturbio en disturbio/subes a acompañarme a estar solo/yo te comprendí andando de puntillas/con un pan en la mano, un camino en el pie ...”.


O
Palmas y guitarras”: “Ahora entre nosotros, aquí/ ven conmigo, trae por tu mano a tu cuerpo/y cenemos juntos y pasemos un instante la vida/a dos vidas y dando una parte a nuestra muerte ...”



OHay una persona que me busca en su mano, día y noche ...”



Pero Vallejo jamás me dijo: “Georgette, estos poemas son para ti”, jamás. Yo comprendí muy bien que yo no era nada ni nadie para él. Que yo existía para cuidarlo y nada más. Cuando se estaba muriendo me pedía perdón, desesperado y me decía: “Te he desconocido siempre, tú has tenido razón en todo”. Pero ya era tarde y era innecesario: yo le había amado así.


Un día tuve un sueño curioso. Fui a pedir cien francos prestados a un escritor peruano, muy pretencioso, muy seguro de sí; porque necesitaba rescatar una mesa que había sido de Vallejo. Me los prestó y me dijo: “ Lo hago por usted, porque a mi no me importaba nada Vallejo”. Yo estaba lejos de imaginar lo que llegaría a ser Vallejo, a quien ahora hay personas que consideran el más grande poeta del siglo. No tenía gran preparación para comprenderlo: sabía que era un gran poeta y nada más.


Esa noche me dormí preocupada y en mis sueños apareció entre las nubes ese peruano convertido en un Júpiter tronante, con las mejillas inflamadas de viento y arrojando fuego por la boca, y yo estaba junto a él y, atemorizada de que aplastara a Vallejo, bajé los ojos y vi la tierra, y de la tierra vi salir a Vallejo, como hecho de un metal especial: salió como esas esculturas de los surrealistas, él – fotográficamente él –, y creció y me pareció tan grande que desperté tranquila. Era como una llama de metal y su miraba dominaba la tierra.


Después he escrito algunos poemas, bien modestos. Treinta están dedicados a Vallejo; como éste, si lo desea leer:



Severamente bautizada por mis trenzas

lejos de mi me voy
todas las horas de mi vida
en sus pequeños ataúdes
como una estela de tu muerte”