El día en que se extendió la peste en mi ciudad,
me eché al campo desnudo,
abierto el pecho al cielo,
gritando desde lo hondo de las penas:
¡Arreadnos las nubes!
¡Soplad, vientos, soplad!
Y bajadnos las lluvias.
Que depuren el aire de mi ciudad,
que laven las montañas, las casas y los árboles.
¡Soplad, vientos!... ¡Arread los nubarrones!
¡Y que caigan las lluvias!
¡Y que caigan las lluvias!
¡Y que caigan las lluvias!
De: La noche y los caballeros (1969)
(Trad. de Mz. Montávez-Sobh, 1969: 113-117)
Obtenido en: http://palestina.webcindario.com
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