El poeta ruso Sergio Essenin debe una buena parte de su fama en el occidente a la extraordinaria artista Isadora Duncan. Su matrimonio con Essenin constituyó la última gran aventura de la vida de esta mujer, que acaso habría podido reivindicar para sí el derecho de llamarse d'annunzianamente "la aventurera sin ventura". Essenin, clasificado entre los poetas de la revolución, a pesar de ser un lírico de pura sangre, desposó a la Duncan en plena epopeya bolchevique. Pero su renombre europeo no arranca de los días en que su bizarra esposa lo paseaba por Berlín, París y Nueva York. La novela de Essenin y la Duncan empezó a propagarse, más o menos folletinescamente complicada, por las revistas ilustradas, cuando se conoció el suicidio de Essenin en diciembre de 1925, divorciado hacía ya tiempo. La exportación del hombre precedió a la del poeta. Y tenía, además, que ser más duradera.
Nació su arte bajo el signo sangriento de la guerra. Hacía muy poco que se había encendido ésta cuando Essenin arribó a Petrogrado, proveniente de su aldea de Riazán; tenía dieciocho años. Había escrito algunos versos que no acusaban aún una personalidad original. Cantaba con voz dulce los aires de su región. No sospechaba todavía su destino de poeta iconoclasta y escandaloso. Conservaba una idea respetuosa y campesina del "padrecito zar". Es así como lo recuerda Zenaida Hippius, la mujer de Merezhkovski, a cuya tertulia literaria acudían los debutantes como un rito de su iniciación.
No es posible, pues, sorprenderse del tono apocalíptico, frecuente en la poesía de Essenin. Su temperamento de "primitivo" se desarrolló en un clima de tragedia. La psicología de guerra encontró, en este infante rústico, una naturaleza espontáneamente inclinada a la violencia y a la jacquerie. Essenin se afilió a una escuela poética que tomaba su nombre y una parte de su inspiración de la vieja secta rusa de los chlysti, que espera nuevas encarnaciones de Jesús. El mesianismo blasfemo, el misticismo inverecundo de Essenin proceden, sin duda, de la asociación de' la "psicología de guerra" con la mitología de una secta que, por traducir una de las más típicas reacciones primitivas del alma rusa ante el cristianismo, encontró fácilmente resonancia en el espíritu agreste del poeta de Riazán.
Uno de los poemas de Essenin, que ha sido traducido y citado con mayor insistencia por sus críticos de Occidente, el titulado Inonia, es uno de los productos característicos de esta tendencia, con la que se combina el gusto por la manera bíblica y el gesto profético. En su epígrafe se lee:
«Os prometo la Ciudad Inonia
donde habita el Dios de los vivos».
Y luego así prosigue:
«No temeré la muerte,
ni lanzas, ni lluvias de flechas.
Así habla según la Biblia
el profeta Sergio Essenin».
Este mismo poema nos descubre otro elemento esencial del arte de Essenin: un exasperado individualismo que conduce al poeta a esa exaltación megalómana, que constantemente encontramos en muchos artistas de esta época, en quienes termina -aunque ellos no reconozcan esta genealogía- la estirpe romántica. La imagen antropomórfica, tan usada en la poesía moderna, tiene evidentemente su origen psíquico en ese egocentrismo megalómano que, en último análisis, no es sino puro individualismo, vale decir, puro romanticismo. Desde Klychkov, otro campesino turbulento y genial, la metáfora antropomórfica ha caracterizado el imaginismo ruso. Según he leído en Pasternak, de un verso de Klychkov -El mar se ha puesto su calzón azul- desciende seguramente el título de uno de los primeros libros del futurista o constructivista Maiakovsky: La nube en pantalones. En Essenin, la exaltación megalómana tiene notas como éstas:
«Quiero trasquilar el firmamento
como una oveja sarnosa».
. . . . .
«Alzaré las manos hacia la luna,
corno una nuez la partiré con los dientes;
no quiero cielos sin escalas,
no quiero que caiga la nieve».
. . . . .
«Hoy, con la mano elástica
podría derribar todo el mundo ... »
La atmósfera moral y física de los primeros años de la revolución era, como lo observa Ilya Ehrenburg, favorable a la superproducción y a la hipertrofia poética. El pathos revolucionario creaba una conciencia apocalíptica, propicia a todas las hipérboles épicas y líricas. "Electrificaremos al mundo entero", decía uno de los anuncios luminosos del bolchevismo, encendido sobre las ciudades famélicas, que gastaban en este alarde el único combustible de que disponían para su calefacción. Por otra parte, como dice Ehrenburg, «la prosa requiere tiempo y dinero: ambas cosas faltaban». Los poetas recitaban sus versos en las asambleas o los escribían en las paredes. La revolución rusa creó el "poema mural", el "poema afiche". Me he enterado también de que la revista oral es una invención rusa. (Es probable que nuestro querido y brillante Alberto Hidalgo sólo lo haya sabido después de su experimento bonaerense.) En este tiempo de caos o poesía, Essenin, igual que Maiakovsky, aunque representando otra cara del alma rusa, avanzó por el camino de la violencia verbal y de la estridencia lírica, más allá de su propia meta. Cultivó un ismo personal: el escandalismo. Su amor a la pendencia y al vagabundaje, no halló vallas molestas en una época de tempestad revolucionaria. Y lo indujo a rotular uno de sus libros: Confesión de un granuja.
Pero la revolución no pudo alimentarse indefinidamente de poesía y apocalipsis. El genio realista de Lenin inauguró el "nuevo curso". Vino el período de la NEP (Nueva Política Económica). Período de trabajo prosaico: reorganización de la industria y el comercio. En el orden de la vida cultural, el panorama también es otro . Surgen editoriales del Estado y editoriales privadas. Se dispone de más tiempo y más dinero. Al apogeo de los poetas, sucede el delos novelistas. Ehrenburg dice: «El nacimiento de la nueva prosa rusa ha coincidido con el cambio de ritmo de la revolución. Un cierto escepticismo ha reemplazado al reciente entusiasmo incondicional. He aquí que comenzó la reducción del personal, de los gastos, de los proyectos, de la fantasía». Essenin, que en un ambiente henchido de electricidad, había alcanzado una extrema tensión, no podía adaptarse al cambio. El conflicto entre, su individualismo y el comunismo de un estado social -- al cual se había adherido sin comprenderlo enteramente-- no lograba, como antes, disfrazarse y disimularse en el torbellino de una conciencia aturdida. En un poema de esta época, traducido al italiano por Ettore Lo Gatto, Essenin nos cuenta su regreso a la aldea después de ocho años de ausencia . Su pueblo, transformado por la revolución, no es el mismo. Essenin sufre una desilusión que expresa con nostalgiosa melancolía. «En los ojos de nadie encuentro refugio». «En mi pueblo soy un extranjero». «Mi poesía aquí no sirve más».
El equilibrio no sólo se había roto entre Essenin y el mundo exterior; se había roto, sobre todo, en el propio poeta. Dentro de un mundo en laboriosa organización, el poeta escandalista quedaba desocupado. A pesar de su cantos revolucionarios, no era el poeta de la "revolución.
Trotsky, en una emocionada despedida al gran poeta, define así su caso; «Essenin era un ser interior, tierno, lírico; la revolución es "pública", "épica". El poeta ha muerto porque no era de la misma naturaleza que la revolución, pero, en nombre del porvenir, la revolución lo adoptará para siempre». «El poeta ha muerto; viva la poesía. Indefenso, un hijo de los hombres ha rodado al abismo; viva la vida creadora en la que Sergio Essenin, hasta el último momento, entretejía sus hilos de oro».
Y la revolución, por boca de uno de sus grandes capitanes, que al revés de la mayor parte de los estadistas de la burguesía, es un hombre capaz de juzgar con la misma inteligencia una cuestión económica que una cuestión filosófica o artística, le dice ahora su reconocimiento.
Obras Completas . El artista y la época . pp. 174-178. Minerva, 1980.
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