No hay que contar con su arrepentimiento,
ni hay que esperar del cielo este trabajo:
el que trajo a la tierra este tormento
debe encontrar sus jueces aquí abajo,
por la justicia y por el escarmiento.
No lo aniquilaremos por venganza
sino por lo que canto y lo que infundo:
mi razón es la paz y la esperanza.
Nuestros amores son de todo el mundo.
Y el insecto voraz no se suicida
sino que enrosca y clava su veneno
hasta que con canción insecticida,
levantando en el alba mi tintero,
llame a todos los hombres a borrar
al Jefe ensangrentado y embustero,
que mandó por el cielo y por el mar
que no vivieran más pueblos enteros,
pueblos de amor y de sabiduría
que en aquel otro extremo del planeta,
en Vietnam, en lejanas alquerías,
junto al arroz, en blancas bicicletas
fundaban el amor y la alegría:
pueblos que Nixon, el analfabeto,
ni siquiera de nombre conocía
y que mandó matar con un decreto
el lejano chacal indiferente.
7 mar 2016
Pablo Neruda: LA CANCIÓN DEL CASTIGO
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