Marco Martos
No
necesitamos ser versados en psicología o en psicoanálisis para percibir que en
su relación con el padre el hijo tiene distintas imágenes que varían de acuerdo
a los grados de madurez que va alcanzando. De modo simplificado puede decirse
que ve a su progenitor primero como un Dios, fuente máxima de poder, símbolo de
la ley, con facultades inmensas para castigar o premiar, después como un
gigante con atributos disminuidos de la deidad, y, finalmente, como un hombre
con todas sus virtudes y flaquezas, que es juzgado despiadadamente pero con el
cual es posible reconciliarse.
Si
todo esto es verdad en el campo de las relaciones humanas, lo es de un modo muy
intenso y simbólico en el terreno de la poesía donde el inconsciente se expresa
con muy poco control en esa especie de duermevela que caracteriza a toda
expresión artística. En uno de sus poemas más hermosos Jorge Eduardo Eielson ha
escrito:
yo no sé por qué
mi madre hablaba siempre
de mi padre
como de un caballo
grande y silencioso
como un perro
o de un perro grande
y silencioso
como un caballo
la verdad es que mi padre
era tan alto
y encendido
que me era difícil mirarlo
y cuando lo miraba
me caía el sol en la garganta.
(Poesía escrita, Lima: INC, 1976)
En
pocos textos de la poesía peruana aparece el padre con sus atributos
instintivos con tanta fuerza; al mismo tiempo, como contraparte, está la
admiración del niño con esa bellísima imagen de estar recibiendo el sol sobre
la garganta.
El
texto de Eielson que hemos citado puede ubicarse en el primer rango de la
relación del hijo con el padre. El niño queda deslumbrado por la energía del
progenitor; no se muestran en cambio otras características de éste último como
sujeto dominante de la relación.
Otro
poeta peruano que se ha ocupado de la relación con el padre es Pablo Guevara.
En el texto titulado justamente Mi padre el poeta describe al progenitor en su
lucha diaria, con virtudes y defectos. Hay ciertas huellas mnémicas de la
primera admiración. El padre "Tenía un gran taller. Era parte del orbe...
Fue bueno... todo creció con él". Es visto también como amigo de sus
amigos, para usar la expresión de Jorge Manrique, pero también como un bebedor:
Entre cueros y sueños y gritos y zarpazos,
él cantaba y cantaba o se ahogaba en la vida. Con
Forero y
Arteche. Siempre Forero, siempre
con Bazzetti y mi padre navegando en el patio
y el amable licor como un reino sin fin.
La
presentación del padre en su cotidianidad tiene como rasgo característico la
mirada benévola del hijo. Por muy escondido que esté. el poema pertenece al
rango de la reconciliación y de alguna manera prueba que es en la decadencia
del padre, en el descenso de su poder físico, que se produce el reencuentro con
el hijo. En su propio proceso de madurez el poeta tiene una especie de
nacimiento el día que muere el padre:
Pero algo fue muriendo, lentamente al principio;
su fe o su valor, los frágiles trofeos, acaso su
pasión,
algo se fue muriendo con esa gran constancia
del que mucho ha deseado.
Y se quedó un día, retorcido en mis brazos,
como una cosa usada, un zapato o un traje,
raíz inolvidable quedó solo y conmigo.
Nadie estaba a su lado. Nadie.
Más allá de la alcoba, amigos y familia,
qué se yo lo estrujaban.
Murió solo y conmigo. Nadie se acuerda de él.
(Retorno a la creatura. Madrid: Cooperación
Intelectual, 1957)
Sirvan
estos ejemplos, el de Eielson y de Guevara, de una introducción para uno de los
temas capitales de la poesía primigenia de César Vallejo que no ha sido visto a
cabalidad. Cuando hablamos de la relación de Vallejo con el padre queremos
también ver la entrelinea de los aspectos simbólicos. De esta manera podemos
encontrar un hilo conductor capaz de esclarecer los tópicos aparentemente
contradictorios que saltan a la vista cuando cotejamos varios poemas. La
primera cuestión que conviene resaltar es que el tema del padre, la imagen del
padre, nos catapulta al tema religioso y por lo tanto a Dios mismo. En el libro
Los heraldos negros, aparecido en
1919, el conocido texto inicial que presta su nombre a todo el volumen tiene
una mención a Dios, pero el atributo que lo acompaña es la capacidad de odio.
Como el texto es bastante conocido no necesita ser citado aquí. Baste señalar
que las causas de los golpes tan fuertes permanecen finalmente desconocidas
para el poeta, esos golpes son: como del
odio de Dios", o "tal vez
los potros de bárbaros Atilas; / o los heraldos negros que nos manda la muerte".
De
otro lado, se concibe esos golpes como "las caídas hondas de los Cristos
del alma/, de alguna fe adorable que el Destino blasfema/".
Estableciéndose así la distinción entre la divinidad como totalidad y los
Cristos que caen y que están, colegimos, más asociados al hombre, esta "fe
adorable" que se quiebra, en el campo de la simbología podemos remitirla a
la fase de enfrentamientos entre el hijo y el padre todopoderoso.
En
este poema liminar que podemos asociar con "Espergesia", la composición
que cierra el libro, puede advertirse que la creación literaria está asociada a
una emoción muy fuerte.a un auténtico sufrimiento personal; el trasfondo
filosófico es un radical pesimismo. Se ha mencionado a Kierkegaard como una
posible lectura de nuestro poeta. Más conveniente parece mirar una posible
relación con Schopenhauer, autor favorito de muchos modernistas y del que
circulaban ediciones en castellano.
Pero sin remitimos a la tradición filosófica y
quedándonos únicamente en la literatura, Vallejo es uno de los exponentes más
intensos de la línea negadora de la vida, que en castellano tiene una larga
tradición que viene de Calderón de la Barca y Quevedo y se prolonga en el siglo
XX en Unamuno. Es la concepción del nacimiento como el delito mayor del hombre.
Y siendo así, envuelve tanto al creador como al creado, al padre y al hijo, a
Dios y sus creaturas. Esta visión desolada de la vida nos sirve bien como telón
de fondo interpretativo tanto de "Los heraldos negros" como de
"Espergesia". Si el acto mismo de concebir un hijo es defectuoso, la
afirmación que asocia culpa a sufrimiento es válida para el hombre como
especie, como ocurre en el primer caso, o para el propio poeta como individuo,
como puede leerse en el poema final. Y mientras en el primer poema está
presente como una sombra un Dios castigador, en "Espergesia" hay una
actitud descriptiva que se priva de calificar a Dios que "estuvo enfermo/,
grave" el día que nació el poeta. Vallejo asume la idea de un nacimiento
dañado, sin la protección de Dios. El arte en numerosas ocasiones nos muestra
el inconsciente de un modo bastante palpable a simple vista. Vallejo fue el
último de once hermanos y le llamaban "shulca", lo que significa que
su propio padre fue una especie de progenitor-abuelo. Justamente el poema
"Enereida" que antecede a "Espergesia" describe al padre
anciano, con setentiocho años, que está desconocido, frágil, y es una víspera. La
pena por el padre significa también una reconciliación. Hay también la
imaginación de una especie de futuro que recoge el pasado, donde será año
nuevo, habrá empanadas. El texto termina con una invocación, "oh padre
mío". Obsérvese que este procedimiento de mezclar los tiempos y los
espacios será muy característico de la poesía posterior de Trilce pero que más allá de corrientes literarias es característico
del sueño, y es llamado "condensación".
Si
la visión pesimista está en todo el manojo de poemas que constituyen el libro y
tiene su más cabal expresión en los textos que abren y cierran el volumen, el
conflicto con Dios aparece transparentemente en "Los dados eternos",
composición dedicada a Manuel González Prada. La ocasión en este artículo es
propicia para marcar una diferencia de Vallejo con el maestro. González Prada
incluye su ateísmo dentro de una concepción global positivista y anticlerical;
Vallejo, en cambio, en este poema no discute la existencia de Dios, dialoga sí,
agresivamente con él, justamente como hace un hijo con un padre, mezclando
reproches con enfrentamientos:
Dios mío estoy llorando el ser que vivo;
me pesa haber tomádote tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado;
tú no tienes Marías que se van!
Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
Y el hombre sí te sufre; el Dios es él!
En
este como en otras composiciones aparentemente divergentes hay una constante:
Dios mientras más se parezca al Dios severo del antiguo testamento (al que
castigó a Moisés o el que sometió a prueba a Abraham o a Job) es visto con una
actitud de separación, de rechazo, de enfrentamiento. Pero existe en los textos
otra imagen de Dios, la humanizada, la que está en el fondo del suertero que
vende la lotería o la de la divinidad que habita al propio poeta, el Dios
amigo, humanísimo:
Dios
Siento a Dios que camina
tan en mí, con la tarde y con el mar.
Con él nos vamos juntos. Anochece.
Con él anochecemos. Orfandad...
Pero yo siento a Dios. Y hasta parece
que él me dicta no sé qué buen color.
Como un hospitalario, es bueno y triste;
mustia un dulce desdén de enamorado:
debe dolerle mucho el corazón.
Como
puede advertirse en las estrofas copiadas la presencia de Dios dentro del
propio poeta lo humaniza sí, pero también le hace perder una característica, la
del padre protector. Si no fuere así no aparecería ese término
"orfandad".
En
todo el libro Los heraldos negros,
las menciones a Dios son 30, al padre físico 9, al Señor 6 y a Cristo 3. La
relación con la divinidad es conflictual, pero la aspiración es resolver la
contradicción:
Amor
contra el espacio y contra el tiempo!
Un
latido único de corazón;
un
solo ritmo: Dios!
En
la poesía posterior de Vallejo van desapareciendo las imágenes paternas. O,
mejor, van transformando su presencia. Aparentemente queda saldada, olvidada
toda relación con el padre como portador de la ley. Apenas si hay en Trilce algunas referencias "a los
mayores siempre delanteros" (III) o "Ha de velar papá rezando"
(LXI). Pero la alusión más interesante está en el poema LXV dedicado a la madre
llamada "muerta inmortal". Allí se dice:
Así muerta inmortal. Así.
Bajo los dobles arcos de tu sangre, por donde
hay que pasar tan de puntillas, que hasta mi padre
para ir por allí,
humildóse hasta menos de la mitad del hombre,
hasta ser el primer pequeño que tuviste.
De
esta manera la reconciliación con el padre llega a su expresión más rotunda. El
poema expresa bien la fantasía infantil de considerar a todos los miembros de
una familia, padre incluido, como hijos de una misma madre. Zanjada la relación
con el padre colocado para siempre en un nivel compartido con el poeta, el
conflicto edípico se resuelve también en poesía. Disminuido ese rival tan
poderoso, las referencias al padre serán cada vez menores en la poesía
posterior de Vallejo. En Poemas
(1923-1938) todavía dirá sin embargo: "La mujer de mi padre está enamorada
de mí" pero aquí el centro de la acción será trasladado a la madre.
Tremebundo como a veces era, Vallejo no deja de tener sentido del humor.
El
tema de Dios, proyección de las imágenes paternas, casi desaparece de la poesía
última de Vallejo. Las causas externas son bastantes conocidas. Vallejo se hizo
militante comunista y asumió la militancia como una fe. La causa interna es, a
nuestro juicio, la resolución del conflicto con el padre en la propia vida del
poeta, aquello que se llama con una palabra que encierra muchos significados,
madurez. Sin embargo la imagen del adulto castigador permanecerá para siempre
en el inconsciente del poeta que, obviamente, vivió en un eterno presente:
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin el
que les haga nada;
le daban duro
con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...
Vallejo,
como lo ha dicho Max Silva, tuvo siempre actitud de "apaleado". Los
golpes reales que recibió en su infancia, que probablemente recibió más de sus
hermanos mayores que de su propio padre, quedaron grabados a fuego en su
memoria y en su inconsciente.
A
lo largo de estas cuartillas hemos venido tratando el tema de Dios como una
prolongación de las imágenes paternas internalizadas en el propio poeta. No se
nos escapa que esta es una visión parcial del asunto. Vallejo vivió inmerso en
una cultura cristiana y muchas de las imágenes que utiliza a lo largo de toda
su producción necesitan de un conocimiento bíblico algo más que elemental. Es
importante a nuestro juicio negarle razón a toda bandería que quiera tener
exclusividad religiosa o política del poeta. Vallejo tuvo como cualquier
persona radicales contradicciones que nos lo hacen más humano; una de ellas fue
el aspecto religioso ya no en la poesía solamente sino en su fuero más íntimo:
era marxista ya el que pidió hacer una misa al Apóstol en 1929 como consta en
una carta que mandó el 18 de junio de ese año a su hermano Víctor. Tenía
caridad cristiana en el sentido de amor, el marxista que escribió:
¡Amado sea el que tiene chinches,
el que lleva zapato roto bajo la lluvia,
el que vela el cadáver de un pan con dos cerillas,
el que se coge un dedo en una puerta,
el que no tiene cumpleaños,
el que perdió su sombra en un incendio,
el animal, el que parece un loro,
el que parece un hombre, el pobre rico,
el puro miserable, el pobre pobre
Si
pensamos estrictamente en términos de poesía, este texto está hecho con
imágenes antitéticas que tienen su origen en el conceptismo quevediano; si
pensamos en términos filosóficos, es un poema dialéctico; si pensamos en
términos religiosos es un poema que es puro amor por los semejantes.
Frente
al padre o frente a Dios Vallejo tuvo las distintas actitudes que hemos venido
señalando en estas páginas, de niño que busca protección, de adolescente o de
adulto joven que entra en conflicto y lo resuelve reconciliándose. En su última
etapa Vallejo se va quedando con la imagen de la madre a la que identifica con
España y después con toda la humanidad. Pero en él queda un trasfondo de
soledad, ya no de niño, sino de hombre adulto. El poeta se despide de todo:
¡Adiós hermanos san pedros,
heráclitos,
erasmos, espinozas!
¡Adiós tristes obispos bolcheviques!
¡Adiós
gobernadores en desorden!
¡Adiós vino
que está en el agua como vino!
¡Adiós alcohol que está en la lluvia!
Es
sintomático que use palabras del universo familiar, religioso, filosófico y
político. Prueba de que vivían todas estas categorías con parecida intensidad.
Adulto hasta el tuétano, Vallejo había logrado ser su propio padre. Lo que
queda sin explicar y todavía nos maravilla es cómo pudo tener tanto talento.
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