En la hora en que mueren los periódicos
y se convierten en basura nocturna,
en la hora en que un perro con su galleta entre los dientes
se detiene y vigila suspicaz cada uno de mis pasos,
en la hora en que resucitan todos los instintos bajos,
los instintos que se esconden hipócritamente durante el día,
en la hora en que los taxistas me gritan:
"Eh gringo, ¿quieres una peruanita? Es chocolate caliente",
en la hora en que el correo duerme
y sólo el corazón del telégrafo palpita,
en la hora en que un campesino envuelto en su poncho
cabecea apoyado en la estatua del héroe,
desconocido para él,
en la hora en que las prostitutas y las musas
se quitan el maquillaje de sus rostros,
en la hora en que pudieran estar casi listos los titulares de mañana:
"Ha estallado la Tercera Guerra Mundial",
en la hora en que todo está visible e invisible,
no vengo de casa de alguien, ni voy a casa de nadie,
paseo cansado, solitario como un perro vagabundo,
por las calles parecidas a cementerios de noticias.
La calle está cubierta de salivazos y cáscaras de naranjas,
la calle huele a orines como el baño de un estadio.
Pero párate y mira:
algo vivo conserva su forma humana
bajo la manta hecha de los periódicos muertos,
por aquí frente a una tienda de suvenires,
sin culpar a nadie por nada,
una vieja indígena ha hecho para si misma un poncho,
poncho de las sensaciones del día anterior.
La india se vio envuelta en los escándalos e intrigas,
en los sobornos, partidos de fútbol, las lágrimas de Beirut
bajo las famosas piernas de las modelos inglesas
aparecen sus pies descalzos
autos de lujo, submarinos, cohetes,
la aplastaron contra el asfalto,
carreras de caballos, yates, stip-teases, banquetes,
todo eso agobió la espalda de la campesina.
Y la llama blanca desde la vitrina
está viendo con dolor mudo
cómo en el pecho de esta vieja
aparece la sangre humeante
de El Salvador.
En medio de este mercado mundial sin vergüenza,
ella misma se ve como una llama perseguida,
esta inca anciana, la madre sufrida de la humanidad,
está doblada por las falsedades,
está aplastada por el tatuaje de los titulares,
pero parece una escultura,
la escultura de la verdad bajo un montón de mentiras.
¡Oh, llama blanca de la vitrina!
Apriétate a su pecho cansado,
libérala de esta basura dorada,
y llévatela a su Sierra Negra natal.
Yo, representante de un Estado tan poderoso,
inclino silencioso mi cabeza como un niño perdido
frente a este rostro sufrido,
este rostro cobrizo con trincheras de arrugas.
Dentro de esta vieja se esconde salvajemente
respirando en secreto,
el Estado más poderoso del mundo:
el alma humana.
"¿Quieres una peruanita, gringo?".
Los taxistas me silban de nuevo,
pero yo me quedo inmóvil, casi petrificado,
yo no puedo explicar a los taxistas
que ya he encontrado a mi peruana.
(Para La Nación, Bs.As., 1984
Escrito en español por el autor)
Tomado del blog:
La biblioteca de Marcelo Leites
http://ustedleepoesia2.blogspot.com/
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