Había galerías solariegasdonde la muerte estaba retratadacon solemnes bigotes o uniformesestrepitosos y condecorados:damas de doble té, sobrias levitas,medallas y sillones respetables,oronda platería, antepasadosgeneralmente todos generales.De allí salían héroes y efemérides,nombres de calles, pálidas estatuas,donaciones, benéficas tertulias,apellidos enormes, templos, plazas,ministros, presidentes, senadores,duelos, odas, obispos, casamientos,sonetos torturados, parentescosunidos de cadáver a cadáver.La vida estaba allí como si apenasasomara en los cisnes de los parques,traducían francés, se traducíanociosamente a frases inmortales.Padecían libélulas, marquesas,cierta anemia elegante, bellos viajes,con un dejo de vals, de niebla inglesaescrita por escribas impecables.La muerte era un seceso de buen gustorodeada de discursos y alusionesa “Barcas de Caronte” y a “su proahacia el mar proceloso de la noche”.Era un modo de ser, se cultivabacomo una flor fatal, a la tristezaexplicada en sonantes paraninfospor mechudos filósofos de afuera.Tan allá, tan lejanos, tan del aire,transcurrían, gozaban, transcurrían,con un monótono rictus de desprecioentre Tedeums y fiestas de familia.La vaca estableció su patriarcadosu imperio de molicie desde arriba.
29 nov 2014
Armando Tejada Gómez: LA JUANA ROBLES LLORANDO
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