Últimas
tardes con Cernuda
Por : Eva Díaz Pérez
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Cernuda en Misión Pedagógica en el Museo de Cuellar, Segovia. |
Ya era de día, pero la luz del cuarto permanecía
encendida. El cuerpo del poeta estaba en el suelo, vestido aún con su batín, el
pijama, las zapatillas y al lado, la pipa y unas cerillas. La muerte lo
había sorprendido intentando fumar. En la máquina de escribir había
frases por terminar, anotaciones sobre el teatro de los hermanos Álvarez
Quintero. Y en la mesita de noche, un libro de Emilia Pardo Bazán, Novelas
y cuentos. Dentro del ejemplar había dos marcadores de página -uno con el
David de Miguel Ángel y otro con el retrato de Francisco I por Tiziano- que
desvelaban en qué página había quedado interrumpida la lectura.
Así encontraron a Luis Cernuda la mañana del 5 de noviembre de 1963 en su habitación de la casa de
la poeta y amiga Concha Méndez con quien vivía el poeta malhumorado, el
misántropo que, sin embargo, compartió con la escritora y su familia sus
últimos años de vida en México, país que lo acogió durante su largo
exilio. Fue Paloma Altolaguirre, hija de Concha Méndez y del también poeta
Manuel Altolaguirre, quien descubrió el cadáver de Cernuda en el suelo de su
cuarto. Subió pensando que le había ocurrido algo porque Luis Cernuda seguía
las rutinas con puntualidad. Se levantaba a las seis de la mañana, bajaba a
prepararse el desayuno y luego subía a trabajar en su cuarto. Era muy extraño
que a las ocho de la mañana aún no hubiera bajado.
Pero ¿cómo fueron las últimas 24 horas
del poeta sevillano? Es curioso, pero en los días previos a su muerte
Cernuda había tenido gestos algo curiosos, insólitos en él, casi extravagantes
en su biografía de solitario. Contaba Concha Méndez que su amigo recordaba
constantemente historias familiares, mostraba fotografías de sus padres e
incluso había decidido hacer fotocopias de esas imágenes para que el paso del
tiempo no las deteriorara más.
Algo más inquietaba al poeta. Ese otoño había
descartado impartir clases en la Universidad de California simplemente porque
le exigían que pasara un examen médico. "Yo ya estoy viejo para someterme
a la humillación de que me pongan en paños menores", había argumentado en
una entrevista. Pero había otras razones. Su amigo el escritor también exiliado
en México Max Aub había hablado con él sobre el asunto e interpretó que la
evasiva se debía a otras circunstancias: "Lo achaqué a manía; seguramente
era algo más: no quería saber".
De hecho, poco antes había acudido a una revisión
de la vista y el oculista le aconsejó que acudiera al cardiólogo
después de observar el fondo de su ojo. Cernuda
sabía que algo podría ocurrirle con el corazón porque sus hermanas
habían muerto a causa de un infarto rozando la edad que él ya tenía.
La mañana anterior al día de su muerte, el poeta
había ido al cine. Era una de sus aficiones preferidas. En el cine de
Coyoacán vio Divorcio a la italiana,
de Pietro Germi, con Marcello Mastroianni, y le gustó tanto que durante el
almuerzo propuso a Paloma Altolaguirre volver a verla con ella. Luego se retiró
a su habitación como hacía todas las tardes.
En la víspera del día de su muerte, Luis
Cernuda había escrito una carta al investigador Derek Harris. Una
carta que recogida en el epistolario que James Valender recopiló en 2003 y que
aparece encabezada con la dirección de la casa de Concha Méndez: Tres Cruces,
11. Coyoacán, México D.F. Última casa del poeta errante que había encontrado en
México otra patria de su lengua tras residir en Inglaterra o Estados Unidos. En
la carta el poeta explica a Harris algunos detalles y comentarios sobre dos poemas
de Las nubes y además aprovecha para repasar con su habitual mal
carácter algunos asuntos y personajes. "Lo mejor que puede hacer sobre ese
señor cretino Durán y Gili es no hacer caso de él", escribe refiriéndose
al autor del libro El superrealismo en la poesía española contemporánea.
"(...) Las traducciones las llevé a cabo por necesidad de ganarme algún
dinero (poco, dadas las costumbres groseras y salvajes de los editores
españoles), sin que yo eligiese obras ni autores a traducir, sino la estupidez
ignorante de los editores". El propio Derek Harris, que recibió la carta
cuando el poeta ya había muerto, recordaba en su ensayo sobre Luis Cernuda la
confesión que el poeta hizo poco antes de su muerte: "Conozco la reputación de que gozo como persona difícil
y complicada".
Sin embargo, este perfil de raro e intratable
contrastaba con la estupenda relación que mantenía con Concha Méndez y su
familia. De hecho, los hijos de Paloma Altolaguirre adoraban al poeta,
jugaban con él a menudo y además era el encargado de llevarlos cada mañana al
colegio. Para evitar que los niños lloraran por su
muerte les dijeron que Cernuda había tenido que marcharse para impartir unas
conferencias en Veracruz, pero que regresaría por Navidad.
Pero regresemos al cuarto en el que yace muerto
el poeta. El escritor Antonio Rivero Taravillo, autor de una de las más
completas biografías sobre Cernuda, reunió algunas impresiones de los que
acudieron al entierro o visitaron el velatorio. Es curiosa la descripción que
la periodista Cuqui Rivero hizo sobre la habitación del poeta, un lugar pulcro
sin apenas decoración, con las paredes desnudas y unos pocos muebles
imprescindibles. Un cuarto minimalista, austero y casi ascético, el
dibujo de la biografía de un hombre eternamente errante, exiliado
perpetuo, incómodo ante todo asiento y permanencia, con escasas cosas que
llevar en la maleta de viajero. "Cuando abrimos la puerta del cuarto nos
dio la impresión de que estábamos entrando en la celda de un monasterio.
Parecía que de un momento a otro iba a entrar el poeta protestando porque
habíamos violado su intimidad".
El escritor Francisco Giner de los Ríos evocaba
así el velatorio del poeta, una ceremonia fúnebre que ya comenzaba a
repetirse con demasiada frecuencia entre los españoles del exilio:
"Vamos al velorio del edificio Gayosso en las calles de Sullivan como en
tantas otras muertes españolas". Allí coincide con el poeta mexicano
Carlos Pellicer y con un joven llamado Guillermo Fernández. Ambos habían
quedado ese mismo día para almorzar con Cernuda. El joven incluso se había
trasladado desde otra provincia para conocer al gran poeta español.
Luis Cernuda fue enterrado el 6 de noviembre por
la mañana en el Panteón Jardín del cementerio de México, donde yacen otros
españoles del exilio. El jardín de la memoria dispersa, heterodoxa, de la otra
España o de la España que no pudo ser. Según el inventario fúnebre, el
poeta se encuentra en la fosa 48, fila 4, sector C. En la lápida:
"Luis Cernuda Bidou. Poeta. Sevilla 1902-México 1963". Como él escribió
un día: "Nadie podrá ya evocar para el mundo lo que en el mundo termina
contigo".
Inmenso poeta cuyos restos enriquecen la tierra de México.
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