Con tantas armas,
con tanto sufrimiento,
con tantas balas que dispararon sobre tu cuerpo,
¡oh, Ernesto!,
también esta vez tu muerte es mentira.
Los que te entierran a toda prisa,
los que con una cínica sonrisa en los labios
se limpian las manos con tu bandera
-"se acabó,
el mundo es nuestro"-
son malhechores, gente de oscuro corazón,
principiantes, incultos.
Tu vivirás mientras la injusticia persista
y la pólvora sea útil;
tú estás en el júbilo de los valientes,
entre los murmullos
de las muchachas de las montañas;
en la poesía, en el vino
y en el combate tú sigues vivo.
El cantor pasó, pero sus melodías
florecen en las faldas de los montes.
Los soles tenebrosos
se levantarán algún día
de las oscuras trincheras de las sombras.
Un hombre y un fusil;
un hombre y una mochila de pan y orgullo.
Libre eres fuerte.
Un día, en el ministerio cubano;
otro, sangrando
en las montañas de Bolivia,
lejos del hogar,
lejos de los amigos.
¡Oh tigre de las alturas!,
¡águila de las cumbres!
Lograste la admiración de los pueblos
y mereciste tan alta muerte.
¡Oh, gran esperanza!
Ahora que la muerte te lleva en su corcel,
triunfante,
veloz,
si no hallas tu lejano sueño,
busca en nuestros corazones
fuego,
hierro,
furia.
Mira nuestros pechos: late otro Vietnam.
1967
Traducción de Nazanín Amirian
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