Thiago de Mello: CANTO DE COMPAÑERO EN TIEMPO DE CUIDADOS
Contigo, compañero, que llegaste, desconocido hermano de mi vida, comparto esta esmeralda que retuve en mi pecho al instante fugitivo pero infinito en que la infancia acaba, porque no acaba la esmeralda nunca.
Comparto, compañero, porque llegas a este camino largo y luminoso pero que también se hace duro y áspero, donde nuestros orígenes se abrazan disolviéndose en patz las diferencias en la vida engendradas por la fuerza feroz con que desune el mundo a hombres que fueron hechos para cantar juntos porque solo juntos sabrán llegar a la fiesta de amor que se prepara.
Porque todo es llegar, mi compañero desconocido, hermano que cultivas grano allí en lo oscuro y nace el alba. Es llegar y seguir, los dos cantando, y yo y la multitud, solo un camino en dirección al sol que nos enseña a ser más cristalinos, semejantes a aquel niño que fuimos y que somos en el hombre otra vez, desde que el hombre sea capaz de compartir su canto y un pedazo de sol bien luminoso con el desconocido ser que llega sin nada y es apenas su esperanza ver de cerca el amor. Y aun sin canto en el pecho oprimido, de repente de corazón contigo va cantando y va en la vida, vida desgraciada, hallando una fe nueva en tanto un gusto de compartir también le sube al alma: en su camino está y reencuentra entonces al niño que fue, cuando la perdida esmeralda en su pecho resplandece de amor total que se reparte y crece.
No sé si canto claro, compañero. Es que en tu vida vive el pueblo entero: antes jamás te vi, mas te sabía cerca de mí, cuando aprendí el dolor, la quemadura del nocturno mundo que se alzaba voraz contra la dicha y entrañas devoraba y de hambre y fiebre abatía el pudor de las mujeres y de la mano iba bajo la luna, de enferma claridad, con ambulantes manchas de risa en cuyo fondo era rosa marchita y sórdida la infancia.
El tiempo es de cuidados, compañero. Es sobre todo tiempo de vigilia.
Suelto anda el enemigo y se disfraza, pero como usa botas, es muy fácil distinguir el tacón grueso y lustroso que aplasta la verdad, sus fuerzas claras, los verdes que dan la vida al suelo.
El tiempo es de mentira. No conviene que libre ande el niño de esmeralda. Es mejor sustraerlo a la violencia que ata la libertad en pleno vuelo. Se espesó ya la sombra y muchas fauces hambrientas se descubren, olfateando. Compañero, atención, la rosa esconde, la mariposa colorida ahuyenta, es peligrosa esta canción de amor.
Cada cual en su puesto y a su tiempo, no dejar de acechar al enemigo que no duerme jamás, lleno de ojos, y lanzar luz, en el preciso instante, a la garra siniestra de su rostro. La espera es dolorosa, pero es bueno tener al corazón por ciudadela, encender una antorcha en cada metro de tierra conquistado y trabajar mejor, para que el suelo más florezca y el trigo alce bien alto su pendón en la fiesta de amor, larga y total, donde el hambre por fin no bailará, porque no comerán solo elegidos, porque son todos los que comerán.
Es por eso que estamos todos juntos: nuestra energía tiene el sortilegio de savia torrencial de primaveras y nuestro amor palpita con los ímpetus de las profundas aguas amazónicas.
Es cantar, compañero, y repartir lo que al amor de todos corresponde. Y nadie estará solo nunca más, solo en la soledad, ni en el poder.
Iré siempre contigo, y cuando canto yo te defiendo y vierto óleo en tu lámpara para que dure toda la tiniebla del tiempo de ceniza, en que se alza, espada en llama erguida como rosa, la vigilia, que solo ha de cesar cuando regrese, avergonzada, el alba que lavará con luz el suelo amado.
Y seremos un día y simplemente los niños que reparten esmeraldas.
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